Desde pequeños el apego o vínculo que establecemos con nuestros cuidadores se ha demostrado que es un aspecto fundamental en nuestro correcto desarrollo cognitivo y emocional de adultos, pudiendo determinar nuestra personalidad, forma de relacionarnos y autoestima.
El apego se desarrolla en diversas etapas a lo largo de nuestra infancia:
-Primero, el niño acepta a todo aquel que le ofrezca comodidades.
-Luego, el menor muestra preferencia por personas de su familia.
-Después, comienza a mostrar aversión por personas extrañas y angustia ante la separación de sus familiares.
-Por último, el menor da más prioridad a las metas que a las personas.
Dicho vínculo afectivo toma más relevancia de los 6 meses a los 2 años; etapa en la que se desaconsejan separaciones prolongadas y/o frecuentes entre los progenitores y el menor para evitar futuros problemas «a posteriori» como: estrés, hostilidad, dificultad para relacionarse con los iguales, etc.
Existen diversos tipos de apego:
-Seguro: cuando los padres son adultos estables y seguros que manifiestan frecuentes muestras de afecto verbales y físicas.
-Inseguro: cuando los progenitores muestran carencias en el cuidado del menor.
-Evitativo: cuando el menor no confía en su entorno, sólo en sí mismo.
-Ambivalente: cuando el menor presenta baja autoestima e ideas positivas de su entorno.
-Desorganizado: cuando se tiene una concepción negativa de uno mismo y del entorno.