La impulsividad, es un mecanismo de defensa que evita que la persona reflexione sobre su comportamiento y por tanto, de esta forma pueda ignorar sus emociones.
Las personas impulsivas suelen sufrir mucho ante situaciones cotidianas, llevándoles a cometer actos imprudentes, experimentar múltiples sentimientos negativos «a posteriori», carecer de tolerancia a la frustración o presentar una elevada susceptibilidad.
Respetar los límites o normas y empatizar con los demás, o ser constantes y organizados, les costará más que a sus iguales desde niños.
El enfado siempre es una posibilidad ante cualquier situación que nos sucede en nuestro día a día, pero nuestra capacidad de autocontrol, gestión emocional y autoconocimiento, entre otras habilidades que iremos desarrollando, nos ayudarán de adultos, a saber generar otras posibles reacciones para no sentirnos siempre abrumados e irritados con nuestro entorno.