El cerebro genera autoconciencia y debido a su capacidad de abstracción nos permite ubicarnos en una línea temporal y hacernos preguntas sobre temas tabú como la muerte. La percepción de cada persona con respecto a la muerte es única, ya que depende de nuestras experiencias previas, nuestras creencias y hasta nuestras costumbres según nuestro país de origen. Por ejemplo, en México el Día de Muertos, se vive con alegría por poder reencontrarse con los difuntos.
Es importante integrar la muerte como una etapa de la vida desde que somos pequeños para no llegar a generar una fobia de adultos.
Es normal que en ocasiones nos vengan a la mente pensamientos tristes, sobre todo tras el diagnóstico de una enfermedad grave, cuando fallece o tiene un accidente grave alguien cercano o cuando atravesamos situaciones muy difíciles. El miedo en sí, no es malo, debido a que tiene un componente racional para evitar el peligro, nos protege, pero siempre guardando un equilibrio, sin llegar a obsesionarnos.
Actualmente, se puede hablar de dos tipos de fobias relacionadas con el miedo a morir, en primer lugar, la tanatofobia, que es un miedo extremo o rechazo absoluto a que la vida deba terminar y preocupación excesiva a lo que pasa tras la misma; y en segundo lugar, la necrofobia, reconocida como la más común entre la población, se refiere al miedo a todo lo relacionado con el fallecimiento, como los cementerios o las funerarias. Dichas fobias suelen encontrarse muy relacionadas con experiencias previas negativas en el entorno cercano.
No se puede afirmar que la vida es “un camino de rosas”, y todo lo que nos rodea son alegrías porque estaría mintiendo pero es verdad que es vital disfrutar de nuestro entorno, con responsabilidad y siendo conscientes de los peligros pero sin que se queden anclados en nuestra percepción.
Experimentar de forma continuada un miedo extremo a la muerte, puede llevar a padecer ansiedad, depresión, hipocondría, trastorno obsesivo compulsivo, crisis de pánico o agorafobia.
Por todo ello, mis consejos son que aprendas a disfrutar de las pequeñas cosas buenas que pasan a tu alrededor, no obsesionarte ni recrearte con pensamientos fatalistas, aprender a relajarte, relacionarte con gente optimista que te ayude a ver “la otra cara de la moneda”, dar sentido a tu vida marcándote metas y objetivos y valorar lo que te rodea.